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En el corazón del istmo centroamericano, donde la selva se entrelaza con la historia y la fe camina al ritmo de tambores ancestrales, se celebra una de las manifestaciones culturales más cautivadoras de América Latina: el Corpus Christi panameño. Las danzas de esta festividad, reconocidas por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, se viven con especial intensidad en dos pueblos que parecen detenidos en el tiempo: La Villa de Los Santos y Parita, en la provincia de Herrera.

La Villa de Los Santos:cuando la tierra se cubre de fe
En La Villa, el Corpus Christi es más que una celebración: es un acto de herencia, resistencia y belleza. Desde tempranas horas, manos artesanas cubren las calles con alfombras efímeras hechas de sal teñida y algunas de flores frescas y aserrín pintado, creando verdaderas obras de arte que serán recorridas por el santísimo.
Pero es en la danza donde la memoria cobra cuerpo.
Los Diablicos Sucios, con sus máscaras demoníacas y trajes multicolores, se enfrentan simbólicamente al bien. Les siguen los Diablicos Limpios, con su ritual elegante y silencioso; los Montezumas, figuras míticas que evocan las culturas originarias; y los Gallotes, Toritos, Enanas, Zaracundés y Mojigangas, que combinan el teatro, la sátira y la celebración popular.
En el parque Simón Bolívar, el fervor religioso se entreteje con la coreografía colectiva, donde lo divino y lo terrenal se encuentran en cada paso, en cada máscara, en cada mirada.

Parita: guardianes de una identidad única
A menos de una hora de distancia, Parita se convierte en un espejo distinto pero complementario de esta tradición. Aquí, el Corpus Christi se baila con el alma de un pueblo que ha sabido proteger sus variantes únicas.
En esta localidad, los Diablicos Sucios se dividen en dos linajes: los que portan burrión, cubiertos de plumas y con máscaras de dragones y diablos; y los que no lo llevan (el burrión), que tienen máscaras de animales de la región.
Cada danza cuenta una historia. La Montezuma Pariteña, con música y letra propias, habla de orgullo cultural. La Danza del Venao recrea la vida rural y la cacería campesina.
Los Cumbembes narran la historia de la huida de los esclavizados, mientras que Los Parrampanes critican con humor a los antiguos amos coloniales y figuras de poder. Y la Danza del Torito Pariteño, un homenaje a la faena diaria del campo; conecta lo sagrado con lo cotidiano.

Más que un viaje, un encuentro con lo esencial
Asistir al Corpus Christi en Panamá no es simplemente presenciar una tradición: es formar parte de una experiencia que toca el alma. Es mirar al pasado con respeto, al presente con orgullo y al futuro con compromiso.
En cada tambor, cada máscara, cada danza… palpita la historia viva de un pueblo que, en pleno siglo XXI, sigue creyendo en el poder de su cultura para transformar, unir y resistir.